jueves, 17 de septiembre de 2009

Inexorablemente

Elegía en la muerte de mi abuela, Narcisa Ramírez.

Se han cerrado

los párpados

de tus ojos,

se extinguió

la luz que alumbrara

la oscuridad

de mi corazón.

Te arrebataron

los brazos

de la muerte,

y te oculta

el abrigo

del silencio.

Hoy en mi desolada

estancia

tan sólo te peinan

los recuerdos,

que caen como vigas

sobre la sombra

de mi vida.

¡Ay…, Abuela!

La vida es un minuto

que se diluye

en las manos del tiempo.

¡Pero qué importa

recordarlo;

si tú ya no estás

para escucharme,

si te has marchado

en las ondas etéreas

dejándome sepultado

de amargura!

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